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La sociedad que llora a Diana Quer

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LIBREDIARIO@DIGITAL / OPINIÓN / EDITORIAL 


El descubrimiento del cadáver de Diana Quer y de su asesino dio paso a un boom informativo sobre el caso que duró al menos dos semanas. Aunque todavía quedan los rescoldos, la noticia ha perdido fuelle. El tratamiento reditício que ha recibido por parte de los medios especialmente en las televisiones ha sido lacerante; a todas horas se buscaban nuevas sobre la vida del asesino, o sobre la vida de la víctima o la de las familias. Cada día la culpa era de alguien de la familia a la que se le airearon toda clase de trapitos manchados. Todo menos culpar al todavía desconocido secuestrador.


La canallesca del ‘reality show’ no está dispuesta a dejar títere con cabeza. La televisión espectáculo también se ha ocupado de sucesos de trágico desenlace como éste, no hay nicho de mercado que se le resista. Un circo romano donde la carnaza para los graderíos televisivos es el asesinato de una pobre chica y todo lo que lo envuelve. Poco importa el dolor de la familia que habrá tenido que vivir una temporada con el aparato de televisión apagado para ahorrarse el trago de las diarias sesiones circenses de esas cadenas impías que dan un tratamiento pornográfico a todo lo que tocan.


Pero la depravación no acaba ahí. La utilización política del caso ha sido deleznable. Alimentando el monstruo de la violencia de género, las cadenas canallescas han decidido que el móvil del crimen es el machismo. Por lo visto, los informes policiales no sirven para nada. En el Cuerpo Nacional de Policía deben ir pensando en jubilar a todos los inspectores, al parecer ya hay quien hace ese trabajo.


Dejando a un lado los sarcasmos, cualquier criminólogo de medio pelo sabe perfectamente que muchos criminales delinquen sin ser machistas (con independencia de que la víctima sea mujer), y que lo primero que hay que hacer para proteger a las mujeres es legislar de manera implacable contra semejantes alimañas, y acabar con las sentencias mojigatas y acomplejadas . La coartada ha sido auspiciada por los medios en colaboración con importantes miembros de la Jurisprudencia.


Recientemente en un programa de los oligopolios televisivos, el juez Joaquim Bosch declaraba al respecto “es más fácil cambiar cien leyes que cambiar un prejuicio machista”, en clara alusión a que el problema no eran las leyes ni quienes las aplican. Un psicópata asesino, secuestrador y violador vivía a sus anchas, había antecedentes como para saber que era un peligro público, como para saber que ninguna mujer cercana a él en un radio de decenas de kilómetros estaría a salvo. Secuestró y asesinó a una joven de 18 años. Siendo investigado y seguido de cerca por la Policía aún tuvo tiempo de hacer otra intentona. Pero la culpa de todo era el machismo.


La justicia jurisprudencial no está solo para imponer penas y castigar delitos, mucho menos para esconderse tras coartadas en programas televisivos. Debe servir para evitar que violadores conocidos vuelvan a cobrarse nuevas víctimas. Tarea en la que está muy lejos de ser eficaz. De nada valdrá ya a la familia de Diana Quer que su verdugo vaya a la cárcel a poner los pies en alto y ver la televisión.


Esconderse detrás del machismo para ocultar las grandes deficiencias del sistema judicial y ciertas incompetencias puntuales de las Cuerpos y Fuerzas de Seguridad es un acto deshonesto y cobarde. En la entrevista el juez susodicho continuaba con su particular relato “hace falta un conocimiento más profundo de la violencia machista”. O bien hace falta una pericia mayor de los jueces a la hora de aplicar leyes y dictar sentencias (esto último se le olvidó ). Son ya muchas las ocasiones en las que personas con espantosos antecedentes delictivos se han cobrado vidas humanas.


El magistrado terminaba de cubrirse de gloria cuando soltaba sus últimas perlas: ”cuando ocurren casos así, se piensa muy en caliente pero no olvidemos que el objetivo de las penas de prisión es la reinserción, la mayoría de los violadores son reinsertables y no vuelven a reincidir”. Sin embargo algunos psiquiatras forenses alertan que el índice de reincidencia entre los violadores es muy elevado porque todas las personas presentan ciertos niveles de empatía hacia quienes les rodean, pero los violadores no. Es decir, estamos hablando de psicópatas. El trastorno psicopático dificulta enormemente su reinserción. Vaya por Dios, resulta que ahora un juez no está obligado a tener conocimientos de criminología básica (la ausencia de los cuales como se ha podido comprobar tiene repercusiones), pero sí de machismo.


El día de mañana, mientras otras chicas como Diana Queer estarán frente a su asesino sabiendo que van morir sin ninguna posibilidad de socorro, en los platós y en los juzgados se seguirá deliberando sobre la reinserción y el machismo. Un diagnóstico fallido eterniza el problema. Las mismas televisiones que se rasgan las vestiduras con la violencia son las que animan a dar rienda suelta a todos los instintos más bajos sin ningún freno moral. Hemos llegado al problema. Aunque al parecer no existe tal problema ya que no es objeto de debate ni en los medios ni en el Parlamento. Y lo que no es objeto de debate al parecer no es un problema. He aquí el problema.


El sistema crea conformidades que nos convierten en negacionistas ante realidades ásperas. El deterioro moral de la sociedad es un hecho incuestionable, lo dijo Jesucristo “por sus frutos les conocerás”.Tratar de proteger nuestros anhelos de supervivencia, manteniendo el statu quo, nos devuelve al sistema: como no se cuestiona la moral, ni el funcionamiento de la justicia ni la actuación de los cuerpos de seguridad del Estado (se da por hecho que funcionan), hay que buscar responsabilidades en otra parte.


Una sociedad despojada de moralidad y echada en brazos de un puñado de disvalores es una bomba. Algo así como una bomba de hidrógeno que, para que nos entendamos, es aquella que libera una gran cantidad de energía a través de un proceso encadenado de fisión, fusión y fisión. Traduciendo el símil, primero se subjetiviza la moral (una suerte de fisión moral): el concepto objetivo del bien se esparce hasta que desparece como unidad. Después se crea una argamasa común de amoralidad libertina donde todo cabe, la consecuencia es que se concentran todos los bajos instintos que por naturaleza nos persiguen. En última instancia esa altísima concentración de bajos instintos explota por todas partes. Porque la no moral da lugar a un proceso de descomposición de la dignidad humana que detona nuestras vidas hasta hacernos picadillo.


El desenlace del caso de Diana Queer ha sacado a relucir todas esas vergüenzas y miserias y ha dibujado un retrato preciso sobre lo que hoy día somos. La sociedad que llora a Diana Queer es una sociedad que ha reemplazado los valores morales por todo aquello que se puede hacer en nombre de la libertad y la bondad mal entendidas, a destacar: el sadismo circense, la sexolatría, el buenísmo universal, el inocentismo de los convictos, las persecuciones de género y los pactos de Estado. Una sociedad que en tanto no recupere el concepto de verdad moral, y éste no sea defendido a su vez por jueces y legisladores, está condenada a perpetuar sus fracasos. Seguirá llorando a las víctimas, compadeciendo a los verdugos y persiguiendo fantasmas.



Eduardo Gómez


Doctor en ciencias económicas, empresariales y jurídicas por la UPCT (Universidad Politécnica de Cartagena). Profesor de Economía en enseñanza secundaria, natural de Cartagena (Murcia).

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