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El Hijo Pródigo y la Trump(A) Primordial

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LIBREDIARIO@DIGITAL / SOMOS CANARIAS@


No voy a detenerme en analizar a cierto (A)político con cabellos robados a Roy Batty que se asoma a nuestros periódicos desde el panorama estadounidense. Como a Hannibal, aceptando mis sombras, me interesa más observar a los que se quedan contemplando las exposiciones que a los que las montan. Aunque sean de métodos inquisitoriales, o quizá precisamente por eso.


La variedad humana es apabullante, cautivante, a ratos inquietante. El éxito de los arquetipos que pueden fabricar depende de su público, claro.


Desde hace tiempo vengo observando los deseos de superar lo que podemos llamar el perfeccionismo de los primeros de la carrera. Ya en pasadas ediciones de nuestro Eterno Retorno podemos detectar cómo las distintas comunidades se cansan de estar en la cima. Nosotros tenemos a Superlópez, ellos a Homer Simpson y a los personajes de Shameless para reírnos de nosotros mismos y aliviarnos de la carga de nuestras obligaciones.


De nuestra imagen y reflejos. Para aceptar nuestras imperfecciones con amabilidad. Es decir, para relacionarnos de manera sana con el mundo, con sus objetos y personas, siguiendo a Winnicott. De manera drástica, el paso de lo apolíneo a lo dionisíaco se torna un viaje rápido y violento para muchos.



Buscamos culpables. O víctimas. Desde los Asirios y su política de no reconciliación de pueblos vencidos, pasando por la corrupción de Cartago y la aversión por el misterio de los romanos, especialmente del propio –que resulta en paranoia del Otro, es decir, del Sí–Mismo–…


Llegando a los horrores de la colonización y las guerras civiles de una Europa demasiado convencida de su propia luz como para no reparar en sus sombras, quizá el antiguo miedo de los strigoi por la ausencia de reflejo, quizá de la obsesión con la idea de que el resto les debía, de algún modo, su existencia. Algo que dejamos de aprender cuando olvidamos a Calvino. Me refiero al del Barón Demediado.


Llegará a pasarnos como al Joker canino de Nolan, que no sabremos qué hacer si no tenemos qué perseguir. ¿Hacia dónde corremos? ¿Hacia un precipicio tal vez?


Una periodista española, al cubrir el triunfo moral, organizativo, profesional de Rudolph Giuliani, pudo constatar las diferencias entre nuestras culturas –que en tantos otros aspectos coinciden–: Mr. Giuliani podía pasear por las calles, por las de Nueva York, siendo un héroe local, nacional, sin que nadie lo molestara con intereses -o desintereses- de diversa índole, con banales curiosidades…



Asimismo, la articulista patria apreció que allí, cuando alguien tiene éxito, lo celebran todos en su entorno, profusamente… 


Puede que por costumbre, aunque ya el hábito refleja, genera, cronifica un cierto color de conciencia, asomando ya el deseo de participar de tal baño en praxis o místicamente, ya para aprender de los modos de obtenerla, ora como recuerdo ora como previsión empática de sus éxitos pasados y/o futuros. La amenaza viene cuando el medio se convierte en fin.


Es decir, la percepción y celebración del éxito es la recompensa de un cambio tangible, valorable por tanto. Cuando adoramos el éxito por el éxito, estamos focalizando nuestra atención únicamente en la luz y en los oropeles de un arquetipo proteico sin reparar en su Sombra. El Apolo cegador en ausencia de hermano. El falso Mesías. El locus de control externo devenido en Tótem, si queremos –yo quiero– hacer un maridaje entre la Psicología y la Antropología.


Volver a hacer algo grande, como lema, dice muchas cosas. Luz y sombras. Invoca a los arquetipos del pionero. Algo confuso, puesto que el grueso de los Europeos del Norte llegaron mucho más tarde que los Mediterráneos, que fueron los que hicieron las rutas y los mapas, y más tarde aún que los asiáticos, que ya desarrollaron culturas prístinas antes incluso de que otros les pusieran nombres, que aprendieron a leer tierras, cielos, textos, antes que aquéllos que aprendieron a correr más rápido.


En alguna dirección, al menos –cierta huida hacia adelante–. Invita a pensar en que la salvación viene del trabajo. Algo con fuerte aroma calvinista. El trabajo… ¿propio? El éxito a través de la libertad. Todas ellas, evocaciones engañosas en una región del planeta con tradición esclavista, que sólo consiguió ¿plenos?


Derechos para todos sus ciudadanos en los recientes años ’60. No pocas actitudes con respecto a extranjeros –como ellos–, inmigrantes –que llegaron más tarde, quiero decir–, también en relación a las garantías sociales… nos deja entrever una libertad conectada a la idea de la conquista –un concepto que aúna a civiles y militares apoderándose de la tierra a distintos niveles y ethos y que vuelve a hacer prevalecer el éxito por encima de los valores morales, la predominancia de los hechos consumados, con consecuencias que ya conocemos–.


Asociada a nuestro talento y esfuerzos personales, tal vez, o así nos interesa creer –algo que resultaría hermoso si no conociéramos la solidez de la solidaridad generalizada, de las estirpes espúreas, de los linajes segmentados –y segmentarios–, de la profecía autocumplidora, de lo absurdo de querer que el darwinismo y el creacionismo se den la mano en una meritocracia que no es tal, pues sólo salen ganando unos pocos, aupados por tantos otros que quizá, consciente o inconscientemente, han aceptado que no pueden aspirar a más, seducidos por el taimado tahúr y feriante, por compartir oficios e intenciones, que por devenir honestos granjeros y campesinos, como víctimas de la indefensión aprendida de San Manuel Bueno, más interesados por el espectáculo que por la verdad, mártires de sí mismos.


El resto son los cándidos que creen que van a alcanzar siquiera algunas migajas del pastel de los poderosos, hipotecando su libertad en el crédito de la generosidad de los que nunca repartirán, los que desprecian a sus mismas muletas. Un hermoso, en sus primeros compases, juego, en el que tienden a ganar los mismos.


Un trasunto, sospecho, del cine comercial, en el que el guión está diseñado para que la palma se la lleve el ´prota´, quien, junto con el antagonista ya ha sido juzgado y sentenciado en distinto signo y de antemano. Una y otra vez, sin temor a aburrir. Es la trampa del liberalismo económico extremo, que se vale de manos invisibles –que no lo son sin razón- y de los espejismos de una sociedad desigual, injusta, insolidaria, en la muleta de la falsa meritocracia, que puede devenir secta y última esperanza para quien no conoce a Keynes.


Ahora que ya hemos traído un poco más a la conciencia la multipolaridad del arquetipo de éxito, es decir, de su falta de unicidad y, quizá, de su validez en varias de sus versiones, cabe cuestionarse qué tipo de éxito estamos observando, aplaudiendo. Ya hemos empezado a analizar el espectáculo. Vamos ahora con los ´artistas´.


¿Qué pasa cuando el Hijo Pródigo se sale con la suya haga lo que haga? ¿Qué sucede cuando recoge una herencia –en este caso cultural– y la pervierte al son de los aplausos? Cuando nadie se queda a escuchar la moraleja. La respuesta es clara: un síntoma social de tal magnitud es causa y efecto de y para muchos. Cabe reclamar, como el hermano de la parábola, la moral del que sí aporta valor a la sociedad.


El problema de aplaudir, siquiera con nuestro silencio, a figuras que pretenden ir más allá del bien y del mal es que acaban estándolo. Terminan escapando a cualquier tribunal. Son, quizá, nuestro reflejo cuando no sabemos gestionarlo por nosotros mismos, tal vez de la envidia de nuestro self futuro, vestido de ese éxito que queremos para nos.


Es la fascinación de Lucifer, es el triunfo de lo macro frente a la persona, cuando ésta se convence de que sólo será grande si recibe algo del exterior. Aunque ese algo sea la visión deformada del éxito y de la libertad. Un truco no puede funcionar si no crees aunque sea mínimamente en lo falso.


Los magos no podrían vivir de ello. Nadie iría a verlos actuar. Quizá sea ésa la clave. Como cuando todos, a ejemplo de Merlín, en la versión de Sam Neill, dan la espalda, sin condenar, sin ejecutar, a la Bruja Morgana. Eso basta para empezar a exorcizarnos…


Esto ya vale para todos,

en todo tiempo y lugar


Es más cómodo pensar que los valores universales de nuestra especie –también hay que pensar, empero, en el Planeta- son universalmente comprendidos por todos. Pero es, como la de Malraux, una lucha continua, tan moral como cultural.


Nuestra es la responsabilidad de representar las obras que escojamos de las maneras que elijamos, siendo más actores que público. No olvidemos que los genocidios los terminan cometiendo las sociedades pretendidamente más desarrolladas.


Es decir, las que creen estar a la cabeza de la carrera y bajan las defensas y las señales, las del camino, las propias. De que hay un abismo.


Cierto, la figura de Trump, sin quitarle responsabilidad moral a la persona, evidencia, como un espejo oscuro, la sociedad que le vota. Gana por descrédito de republicanos, quizá por una sociedad que aún no puede aceptar una lideresa, puede también que por arrastrar el marchamo de su marido que no logró convencer con su ‘buenismo’, que parece demasiado inocente para un invierno que no acaba de terminar…


Tal vez víctima de su traición. Pero percibo que su victoria electoral, que no en praxis –afortunadamente ha tenido que recular en muchas de sus ´iniciativas´, aprende la lección y en otras es medida y desmedidamente turbio, neblinado, poco claro–, es debida al hambre estadounidense por el éxito –venga como y de donde venga, celebrando su derecho de vida y de muerte–, el verdadero Becerro de Oro y Talón de Aquiles de toda una sociedad.


El modelo de Boy Scout está muerto y enterrado. Como el coronel, ya no tiene quien le escriba. Triunfa, al menos, electoralmente, el Super-Mensch cruzado con cowboy al que sus adláteres no tienen sino que respetar antes de comprender, si es que hay algo de trasfondo.


Al final, amanecemos en un día en el que todos los westerns andan errados: no se consigue la victoria teniendo razón y siendo un ejemplo moral: en estos tiempos posmodernistas, al menos allá –aunque el clima es algo que nos termina afectando a todos–, primero se tiene poder y luego se decide qué moral seguir, o no seguir ninguna, vistos los cambios de guión y de tercio al que nos tiene acostumbrados este rubio arquetipo.


¿No les recuerda a la falta de programa y veleidad moral de siniestro creciente lunático-lunar que sonreía ante los andares de pato?


¿A alguien le apetece anadear?

Volvamos a leer a Fromm, por favor

Libre@Diario