El Brexit obliga a los dirigentes de los países de la Unión Europea a una toma de conciencia de la crisis que ésta atraviesa. Se puede constatar que los dirigentes franceses son quienes mayor dificultad tienen para integrar esta nueva realidad y enfrentarla. La salida del mundo de las ilusiones parece particularmente dura tanto para François Hollande como para Manuel Valls.
Sin embargo, este regreso a las realidades se impone, pues la cuestión planteada hoy ya no es la de una “reforma” de la U.E. sino la de su transformación radical, levantando acta así del final del proyecto federalista. Este era el sentido del llamamiento firmado por veinte intelectuales, de los que servidor es uno de ellos. Es evidente la necesidad de mantener entre los países europeos, TODOS los países europeos, estructuras que permitan formas adaptadas de cooperación. Pero las instituciones de la U.E. ya no están en condiciones de asegurar esta función. En este sentido, la U.E. está muerta.
Esta muerte de la U.E. supone que se tome conciencia de las realidades. Ahora bien, algunas de ellas son particularmente desagradables para un cerebro que haya sido regado por la propaganda europeísta, como en el caso de una gran parte de nuestra clase política.
En esta situación es evidente que cuanto más tiempo se prolongue la incertidumbre, más fuerte será el precio a pagar por ello.
Esta crisis de la U.E. conduce a una situación en la que no hay sino soluciones malas para el conjunto de los países. En el pulso sutilmente emprendido por el gobierno conservador británico con la U.E., o bien se adopta una posición firme y el Reino Unido podrá recurrir a diversas medidas de dumping fiscal para que la U.E. pague muy cara esta “firmeza”, o bien se encuentra un compromiso razonable, y entonces quedará claro que se puede salir de la U.E. sin sufrir desastres.
Ya ahora, bien sea en los Países Bajos, en la República Checa o incluso en Italia, puede observarse el ascenso de las oposiciones a la U.E. Por ello la Unión Europea está atrapada entre dos fuegos. O intenta minimizar el coste del Brexit, y cae en el juego de sus opositores, o intenta “hacer pagar” al Reino Unido, como han dicho de modo muy imprudente y estúpido algunos periodistas. Pero entonces la U.E. entrará en una situación en la que las represalias británicas le costarán caras, lo que dará más argumentos a los adversarios de la U.E.
La única solución inteligente consiste en levantar acta del fallecimiento de la U.E. y, como hemos escrito, organizar una conferencia entre los países que deseen participar para elaborar un nuevo tratado, que sustituya por completo los tratados anteriores, incluido el tratado de Maastricht, y establezca una comunidad de Naciones. Este era el sentido de esta iniciativa. Por supuesto, se puede no tener ilusiones sobre este llamamiento. Pero hay que saber que un nuevo sistema de relaciones para los países europeos será indispensable de uno u otro modo.
La unión europea está muerta. Tenemos la opción de vivir con su cadáver y sus pestilencias, con todos los riesgos que comporta dicha política, o tenemos la opción de enterrarla. Pero para esto hace falta un tratado nuevo, no uno a base de parches sino un tratado que refunde una comunidad en el lugar de la Unión. Este era y sigue siendo el sentido del llamamiento firmado. No nos habremos librado realmente de la U.E. hasta que su sucesor no esté en su lugar. Pero para ponerse a trabajar en serio está claro que necesitaremos una clase política distinta a la que, en la mayoría o en la oposición, existe hoy en Francia.
[1] http://www.spiegel.de/international/europe/brexit-triggers-eu-power-struggle-between-merkel-and-juncker-a-1100852.html
[2] http://www.irishtimes.com/opinion/derek-scally-germany-signals-rethink-on-europe-post-brexit-1.2710212