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Maquiavelo

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Hugo Fernández Robayna / LibreDiario@Digital



Maquiavelo


RECENSIÓN


Maquiavelo

Quentin Skinner


SKINNER, QUENTIN. (2008). Maquiavelo, Alianza Editorial, Primera Edición en <<Área de conocimiento: Ciencias Sociales, Madrid.


Título original: Machiavelli. Publicado originalmente en Inglés en 1981. La traducción de la edición de Alianza Editorial referida se ha publicado por acuerdo con Oxford University Press. Traducido por Manuel Benavides



Su autor, Quentin Robert Duthie Skinner (Oldham, 1940) es un historiador británico, caracterizado por el contextualismo -en el caso de este autor, se basa en el ocaso de la influencia del anglicanismo y la disolución del Imperio británico- y el republicanismo –especialmente el republicanismo post-victoriano y post-imperialista del Reino Unido-. Ocupa la cátedra Barber Beaumont de Ciencias Humanas en la Queen Mary, University of London, tras ocupar la cátedra Regius de historia moderna en la Universidad de Cambridge. Con Pocock, es la principal figura de la denominada Escuela de Cambridge, caracterizada principalmente por la atención que presta al lenguaje político y su propósito de respetar rigurosamente la intención de los autores que trata. En 1978, Skinner publicó su primera gran obra: The Foundations of Modern Political Thought. Aparte de republicanismo, las siguientes cuestiones jalonan la obra de Skinner, desde la óptica de la Ciencia Política: la Restauración monárquica británica, Hobbes, la Filosofía, Retórica y la época del Renacimiento europeo, como es la obra que nos ocupa.



El texto del presente volumen se divide en, a través de sus 140 páginas, amén de los anexos finales –“Obras de Maquiavelo citadas en el texto”, “Otras lecturas”, “Índice analítico” e “Índice general”- en Prefacio, Introducción, y los capítulos “EL DIPLOMÁTICO”, “EL CONSEJERO DE PRÍNCIPES”, “EL FILÓSOFO DE LA LIBERTAD” Y “EL HISTORIADOR DE FLORENCIA”.



A lo largo del Prefacio y de la Introducción, el autor afirma que la línea temático-argumental de la obra se ha conservado a lo largo de sus varias ediciones, esto es, la de las corrientes de pensamiento político heredadas y criticadas por Maquiavelo y, esencialmente, mantenidas por él, irguiéndose como “pensador político humanista neoclásico” a la vez que hace algunos apuntes y recomendaciones acerca de las traducciones. Continúa invitando a un mejor análisis de la obra del toscano asociada a su tiempo para evitar su demonización popular y poner en valor sus aportaciones en materia de poder político y caudillaje. Pasamos a revisar los contenidos por capítulos.


En EL DIPLOMÁTICO encontramos indicios biográficos de la formación humanística tradicional de los florentinos que se mantenía en la segunda mitad del s. XVI, también acerca de los contactos que su padre, Bernardo, le ofrecía para ser candidato elegible y las primeras misiones como secretario de la Segunda Cancillería de Niccolò, miembro del consejo del Gonfaloniere y colaborador de los Diez de la Guerra de la ciudad-estado florentina. En sus misiones de relaciones exteriores, Skinner hace un repaso de la experiencia en la corte francesa –en la que llega al convencimiento de que la firmeza y la creación de una imagen de fuerza y resolución es clave para todo estado-, la guerra con Pisa, el contacto con César Borgia y Della Rovere como cardenal y como Papa –individualmente y en relación de esas dos figuras-, y del emperador Maximiliano, su análisis de sus personalidades –uno poco aconsejables por excesivamente confiado y hasta ingenuo, el otro por impetuoso y poco adaptable y el último por inconstante y dubitativo- y sus acciones políticas –con sus luces y sombras desde la visión pragmática maquiaveliana-; Skinner presenta así la cruzada de Maquiavelo por encontrar un digno referente para su Príncipe –algo que nos recuerda al Platón en busca del buen gobernante- como epítome del buen gobierno, en general, y en particular, en la situación florentina contemporánea para lidiar con el resto de los estados italianos y defenderse de las ambiciones de alemanes, franceses y españoles, principalmente, ponderando las consiguientes lecciones que luego se volcarán especialmente en “El Príncipe” pero también en “Del arte de la guerra”, “Discursos” y “Legaciones”. También cita los ejemplos de Soderini y Petrucci y el aprendizaje del que se benefició con su trato.


Con respecto a EL CONSEJERO DE PRÍNCIPES, se nos muestra el asentamiento de la carrera literaria del florentino por verse libre pero alejado de la Política, tanto de Roma –no encontrando el apoyo de Vettori- como de su propia ciudad: deja de convertirse en participante para ser analista y nace “El Príncipe”, resumen de su experiencia e ideas de cambio, a la vez que una solicitud de amistad para los poderosos Medici. Aparecen las esquivas ideas de vir, virtù y Fortuna –y de cómo atraerse ésta mediante aquéllas-, de las cuales, la adaptación a las necesidades será la que el florentino privilegie, usándola como punta de lanza para atacar tanto a la hipocresía de la época –poniendo de relieve la importancia del mantenimiento del estado y la consecución de la gloria y no la salvación santotomasiana del gobernante- y que se convertirá en el epicentro de la controversia y la crítica vertidas sobre Maquiavelo hasta nuestros días. Según Skinner, la revolución del analista político estriba en la importancia dada al ejército propio, huyendo, como hicieran los antiguos romanos, al menos en gran parte de su Historia en Occidente, de mercenarios – que corrobora en la práctica en su experiencia en la breve guerra contra Pisa- y a las cualidades de la virtus del buen gobernante: adaptación y audacia principalmente, que en muchas ocasiones –aunque no necesariamente, pues los actos crueles traen, según el florentino, poder pero no gloria y pueden atraer el odio y el desprecio de los gobernados- ha de pasar por alto las tradicionalmente recomendadas –aunque sea útil aparentarlas- a los príncipes cristianos y ya desde los “Deberes” de Cicerón: prudencia, fortaleza, justicia y templanza. En este aspecto medular el florentino se sitúa bien lejos de consejeros teóricos como Patrizi y revisa la conveniencia de valores como liberalidad y misericordia –soslayando la concupiscencia-, divorciando así definitivamente la conveniencia de la praxis política de la moral cristiana en el ejercicio del poder con el fin de mantener el territorio y obtener la gloria principesca, algo que resulta tan pretendidamente honesto como revolucionario y que, como apuntábamos, demonizaría la figura del autor hasta nuestros días. Así, aun enmarcada entre adaptación y audacia, la virtus encuentra su esencia en los resultados, para Maquiavelo, más que en las premisas: si el gobernante consigue, por sus cualidades y decisiones aliarse con la Fortuna –a veces como un león y a veces como una zorra- y mantener y/o acrecentar el poder –honor, gloria, fama- y consigue ser respetado –querido o temido- sin ser odiado, demostrará tener las cualidades necesarias para conseguir la gloria que, según sus ideas de libertad y de libre albedrío “Dios no niega a nadie”. Es, como se nos presenta, Maquiavelo, un autor que muestra un “ayuno en el uso sistemático” de la virtus, apareciendo este concepto en muchas ocasiones como neblinado, ofreciendo, sin embargo, una serie de consejos que supone una clara y honesta ruptura con la tradición política de su época.


EL FILÓSOFO DE LA LIBERTAD comienza de nuevo con el apunte biográfico del retiro político del florentino, participando, empero, en los debates eruditos de los Orti Oricellari, acerca de Cultura y Política. Es en estas reuniones en donde encuentra apoyo e influencia para desplegar su literatura con “La Mandrágora” y con su “Del arte de la guerra” y sus “Discursos”, en los que analiza los diez primeros libros de Historia de Roma de Tito Livio, desarrollando una apología política de la libertad y del bien común como motores de progreso de las sociedades; ofrece como ejemplos la liberación de la tiranía y monarquía de las antiguas Atenas y Roma, presentando Skinner una serie de argumentos que tratan de privilegiar la forma republicana sobre la monárquica –aunque Maquiavelo no descarta esta última como base de un gobierno virtuoso por exitoso-. Citando como ejemplo a Rómulo, la virtus aparece de nuevo como adaptación y audacia con miras a alcanzar el bien común y la gloria cívica más allá de las virtudes ciceronianas. Las cuestiones de la propagación de la virtus en la ciudadanía y la necesidad de un personaje relevante imbuido de esta cualidad para superar la corrupción de una sociedad y construir otra nueva son puestas de relieve: el mito de los padres fundadores, Licurgo o Rómulo; así, la renovación constante es vista como crucial, pues Maquiavelo, amparándose en Aristóteles, no confía en la heredabilidad de estos rasgos: el cuerpo político se degenera sin un cuidado constante. 


¿Cómo evitar la natural degeneración y corrupción? 


Mediante las leyes y el caudillaje de los virtuosos: ofrece como referencia histórica al romano Camilo, por su valor, y organización. El caudillo virtuoso ha de poseer también ciertos resortes para combatir la envidia, debe estar versado en Historia Antigua sin descuidar los asuntos contemporáneos y prudente –es aquí cuando la definición de virtus alcanza un mayor relieve aun sin dejar de presentar lagunas que, a mi juicio, podrían estar clarificadas en un encuentro con las ideas de Castiglione-. 


Maquiavelo hace un paralelismo con la caída de la República de Florencia en 1512 y cómo podría haberse evitado de haberse seguido esta línea de acción. En cuanto a las leyes, como parte del cambio para el buen gobierno, se presenta la idea de los ordini: constitución, instituciones y organización ciudadana; las buenas leyes también mueven a la virtus cuidadana, según el florentino, y aquí introduce la idea de las buenas legislaciones aportadas por los padres fundadores. De esta manera, en el análisis de los ordini, con el fin de que no exista preeminencia entre el grupo de los ricos y la del pueblo, Maquiavelo aconseja una constitución mixta: la continuada vigilancia de un partido hacia el otro, -antecediendo en cierta manera a las ideas de Montesquieu en mi opinión, y la de la política bipartidista anglosajona-: la libertad está en el desacuerdo -como parece concluir en su análisis de la Antigua Roma-, idea que escandalizaba a los italianos más modernos, desde Dante a Guicciardini. Maquiavelo insiste en tales cimientos, aconsejando asentarlos sobre una total renovación política “matando a los hijos de Bruto” y premiando a los ciudadanos que hayan demostrado su virtus, sin dejar de desalentar a los envidiosos. Para evitar el partidismo más allá de esta división, nada mejor que evitar la concentración de cargos, mandos o dinero en pocas manos, según Maquiavelo: arcas comunes llenas y austeridad para acabar con el clientelismo romano, algo que alcanzó grandes cotas cuando Cosme de` Medici había prestado dinero a la mayoría de los ciudadanos florentinos, llegando a ser, de facto, príncipe de la República, cerrándose el círculo al señalar como error de Soderini como gonfaloniere el hecho de no <<matar a los hijos de Bruto>> para acabar con la restauración de un régimen tiránico basado en la plutocracia. De forma utilitarista, las instituciones religiosas, asimismo, pueden, según Maquiavelo, inspirar las cualidades ciudadanas, algo en lo que acertaron de nuevo los antiguos romanos, como en los juramentos a Escipión –el toscano prefiere el paganismo antiguo a la interpretación cristiana contemporánea, que debilita, según él, a la ciudadanía, restándole vigor, siendo quizá en este sentido, precursor de la crítica de Nietzsche-.


Esto sea dicho por parte de los ordini para conseguir unas ciertas condiciones de progreso, libertad y seguridad internos; en cuanto al exterior, Maquiavelo aconseja privilegiar la defensa patria a través de la virtus hacia el bien común, de la disposición de sus ciudadanos para el ejercicio de las armas –de nuevo la conveniencia de un ejército propio- y la búsqueda de aliados exteriores, procurando hacer las guerras <<grandes y cortas>> es decir, decisivas en un tiempo no prolongado, que no acarree un excesivo desgaste; también aconseja no confiar demasiado ni en la Fortuna, en riquezas ni artillería ni fortalezas –que, según el florentino, son inútiles en paz y guerra e inspiran sentimientos de opresión sobre poblaciones conquistadas, o superioridad material por encima de la virtus moviendo con ello la tiranía– pues lo importante son las cualidades de virtus de un ejército de ciudadanos que busca el bien común y no el individual o familiar; y evitar las acciones dubitativas y lentas, sin olvidar las convenientes negociaciones con poderes políticos superiores, como cuando los españoles llegaron a la Toscana en tiempos del florentino.


Por último, en el inicio de EL HISTORIADOR DE FLORENCIA, Skinner nos recuerda cómo Maquiavelo obtuvo el favor de los Medici, a través de Strozzi, para desarrollar esta labor, que le mantendría ocupado el resto de su vida: siguiendo la estela trazada por Salustio y Tito Livio, el toscano trata de desarrollarla de una forma moralizante y retórica –sin evitar licencias estilísticas e incluso invenciones en algunos puntos-, más que como crónica. Diversos actores desfilan por sus líneas: los mismos Medici, los llamados Ciompi y sus revueltas, el duque de Atenas, Castracani…para abundar en la visión del mismo autor sobre virtus y libertad e inspirar estos valores a los ciudadanos, claro está, aunque Skinner destaca para el toscano, en su espíritu escéptico, es más importante evitar que sus contemporáneos caigan en los abusos y la corrupción que el fomento de cualidades positivas per se. 


En este sentido, Maquiavelo se lamenta, según Skinner, de las hostilidades en el seno de Florencia y en la indecisión de su estado en política exterior, criticando a sus predecesores Bruni y Poggio por no haber evitado tales males. También juzga deseable mitigar los conflictos debidos a otras separaciones que no sean las de ricos y pueblo o entre éstos y nobles, desterrando tanto la tiranía como el libertinaje, al reiterar argumentos presentados en los Discursos. En esta parte de su obra, su ataque a la dinastía Medici es clara, según Skinner, aunque resulta un poco confusa esta visión, pues tal oposición –debido seguramente al carácter de encargo de su “Historia de Florencia”- no es frontal y en cambio los comentarios son laudatorios hacia esta familia; la crítica pues, se sitúa más en los ciudadanos que en una familia o familias en particular, pues, el toscano parece concluir, está en manos y virtus colectivas tanto la solución como el problema de su tiempo. Skinner cierra el texto recordando que, al moverse entre dos aguas –es decir, comisionado por los Medici pero, según el historiador británico, pretendiendo la República, algo antitético como exponemos más abajo-, los republicanos florentinos que siguieron a la caída de la dinastía en Roma tras el Sacco di Roma no confiaron en él –quizá huyendo de la amenaza que intuían en una figura tan veleidosa, práctica y teóricamente-, aunque el toscano mantuviera una cierta fe en el progreso de su estado pese a las amenazas internas y externas.


CONCLUSIONES


El lector que haya profundizado en la obra de Maquiavelo, en mi opinión, echará otros análisis en falta, especialmente en lo tocante a sus obras “El Príncipe” y “De la guerra”. Algunos tipos de gobierno que Maquiavelo describe son soslayados por Skinner: aquellos heredados y otros de índole religiosa, quizá por el marcado interés del autor inglés por la República. Asimismo, el historiador británico resta importancia al buen gobernante individual –poniendo en valor únicamente su aportación catalizadora en la creación de un nuevo estado- y sitúa la figura del Principado muy por debajo de otras formas de gobierno en el que el poder estaría más repartido y socialmente participado –destacando la misma República a la que, según Skinner, el florentino desea volver, algo contradictorio pues él mismo incluye la cita enunciada a Vettori según la cual la máxima aspiración de Maquiavelo es la de trabajar para los Medici en cualquier servicio, y más adelante afirma que el florentino no participará en ninguna conspiración antimedicea-; tan cierto como que El Príncipe es escrito para congraciarse con esta familia -y esto arroja una luz tanto sobre el contenido como sobre el mismo título del libro-, me resulta el hecho de que el privilegio de un sistema republicano es puesto en servicio de los ideales de Skinner, soslayando que tanto la república original ateniense como la del florentino se acercaban peligrosamente a una oligarquía en la praxis: aun cuando se nos apunta desde la idea de abstractos –e ingenuos- ordini la conveniencia de mitigar los fantasmas de la plutocracia, no desarrollan, ni un autor ni otro, las posibles soluciones a través del mayor acceso a préstamos u otras garantías ciudadanas como son los studia humanitatis que sirven, para los florentinos, de puntales al buen gobierno ciudadano, o quizá un más afinado sistema judicial, apoyándose, por el contrario, en otros lugares del texto, el laissez-faire en asuntos de venganza familiar; no queda, pues, claro, en diversos puntos de la exposición de Skinner, cuándo se refiere a lo que de verdad ocurre en los sistemas de gobiernos del tiempo de Maquiavelo y sus interpretaciones acerca de qué es necesario cambiar para una sólida política: para empezar, en qué momento el fundador de un estado debe entregar el poder a sus ciudadanos –revisitando el paso de la monarquía a la república romanas-, aun citando algunas herramientas, como la de los citados ordini, ejército estable y religión instrumental y olvidando otras, como el consejo de introducir cambios negativos en el nuevo gobierno al principio e ir administrando los positivos para que parezcan fruto del trabajo del gobernante. 


El paso de los fundamentos de El Príncipe a los Discursos no resulta claro, aunque esta oscuridad la atribuye Skinner a Maquiavelo, dando el toscano por supuestas sus ideas de base. En este sentido, probablemente hubiera sido interesante hacer más hincapié tanto en las ideas platónicas sobre los sistemas de gobierno y en sus desarrollos en la cultura helena y profundizar más en la experiencia de la Antigua Roma y en ejemplos más modernos para asegurar la hilazón del discurso. Resulta igualmente controvertida la presentación de la vir, virtù o virtus y Fortuna, pues aunque podemos intuir a qué se refiere Maquiavelo a la virtù individual –en diversos momentos representa la audacia y la adaptación- y la social –patriotismo y búsqueda a ultranza del bien común en base a los ejemplos de Marco Junio Bruto como ideal y austeridad-, Skinner no comparte, si la ha encontrado en Maquiavelo, la clave para considerar en qué momento o situaciones es imperativo el riesgo o audacia y cuándo la prudencia. Tampoco resulta nítida la apología de Maquiavelo del orden republicano en palabras de Skinner, cuando presenta al florentino como un firme opositor al sistema clientelar romano como fuente de corrupción –presentando, el toscano, a la Antigua Roma, en líneas generales, como un buen ejemplo de continuidad política y virtus-; y, de la misma manera, cómo es posible que Cosme y aun su misma familia sea entronizado socialmente y visto, según Skinner, por Maquiavelo, como un peligro para el buen gobierno tras privilegiar la idea de virtus la adaptación y el éxito por encima de las premisas morales. Si Skinner atribuye estas contradicciones a una maduración de los fundamentos políticos, no lo manifiesta abiertamente, ni qué ideas y/o vivencias personales le movieron a tales alquimias.


Es mi percepción que el mismo Maquiavelo no fuese republicano ni monárquico ni proclive a la aristocracia ni a cualquier otro sistema: tanto sus vivencias personales como las que vio en otros le movieron, alimentándose de su propia oferta ideológica, a adaptarse a las situaciones y a los señores a los que aconsejar, y servir, siendo éstos bien plutócratas, nobles o cargos republicanos; ello no sería sino una prueba de su honestidad aun no resultando la de su éxito, como concluye el mismo Skinner.


La obra, asimismo, habría sido más interesante, de haber servido de plataforma de análisis de otras figuras como Fernando el Católico –uno de los que se postulan a representar al Príncipe ideal según el autor florentino- y de Federico de Montefeltro, por citar sólo a dos, y de abundar en las nuevas formas de conservación imperialistas –recordemos el capítulo de Alejandro Magno en “El Príncipe”- que, según Maquiavelo, sirven de introducción a su desarrollo de las formas de gobierno esenciales de Principado: el sultanato turco –con el poder fuertemente focalizado en la cúspide, difícil de invadir y fácil de conservar, al que, según creo, habría que añadir los imperios Azteca e Inca- y el reino francés –poder repartido entre el rey y varios nobles, en los que es fácil apoyarse para invadir el territorio pero lo hacen difícil de mantener por este mismo reparto y las demandas de sus actores políticos-. Por último, y no menos importante, es necesario buscar en otros autores el análisis de alianzas que Skinner sólo esboza como un apoyo importante para los sistemas de gobierno incipientes bajo la visión del toscano. Habría sido especialmente revelador poner en valor los comentarios de Napoleón sobre “El Príncipe” y hacer algunas lecturas de sistemas de gobierno actuales. Asimismo, sobre “Del arte de la guerra” podrían haberse dilucidado algunos aspectos, de la Historia Antigua, de la obra con respecto a la importancia de los ejércitos propios, los antiguos y, en el caso de Skinner, citar tal vez las reformas de Cayo Mario y su importancia a la hora de modernizar el ejército, mantener los territorios y su ayuda –también con respecto a la religión estatal- en la romanización de los territorios conquistados y que hiciera una comparativa, con respecto a los “Discursos”, sobre el desigual éxito de las figuras de Julio César –ejemplo de virtus maquiavélica- y de Pompeyo –como referente de cualidades privilegiadas por Cicerón- en la Guerra Civil en la que participaron como rivales, sin descartar proyectar las ideas de Maquiavelo en una comparativa con Clausewitz siguiendo con las implicaciones de la fuerza militar en la Política.


La importancia que Skinner da a los nuevos estados y de la república revela, a mi juicio, el deseo del autor por centrarse en este sistema de gobierno, privilegiándolo, y en el relevo político-generacional post-victoriano y post-imperialista.


Habida cuenta de estos particulares, el presente libro es una útil herramienta, de fácil lectura, estilo claro, sin apenas notas a pie de página, en su pequeño formato –unas 125 pág. sin contar los anexos finales-, para abarcar los aspectos, que hemos ido citando en los capítulos, como panorama general, sin por ello agotar, como hemos visto, ni mucho menos, todos los aspectos de la experiencia y visión políticas de Maquiavelo y de su tiempo.


"Lo que hace grandes a las ciudades no es el bien particular, sino el bien común. Y sin duda ese bien no se logra más que en las repúblicas, porque éstas ponen en ejecución todo lo que se encamine a tal propósito, y si alguna vez esto supone algún perjuicio para este o aquel particular, son tantos los que se benefician con ello que se puede llevar adelante el proyecto pese a la oposición de aquellos pocos que resultan dañados. Lo contrario sucede con los Príncipes, pues la mayoría de las veces lo que hacen para sí mismos perjudica a la ciudad, y lo que hacen para la ciudad les perjudica a ellos...No hay que maravillarse, pues, de que los antiguos pueblos persiguiesen con tanto odio a los tiranos y amasen la vida libre".


Maquiavelo, Discorsi, II,2.



Comentario de texto histórico


El fragmento de los Discorsi nos invita a considerar una manera moderna de fundamentar un estado más participativo y menos centralista. Desde mediados del siglo XV, se producen una serie de cambios políticos tendentes a la consolidación de poderes dinásticos de vocación centralizadora. No se trata de un desarrollo general y homogéneo, sino de una tendencia que se inauguró en el Renacimiento y se desarrolló en el siglo siguiente. Y no alude tanto a una teoría como a una práctica determinada por la necesidad de centralizar el poder monárquico y de buscar nuevas formas de legitimación, ante lo que se oponen las propuestas republicanistas, que podemos constatar ya a partir de la Italia del s. XV, con sus habitantes cansados de guerras internas entre facciones familiares, gëlfos y guibelinos, como nos recuerdan, entre otras, figuras como la de Dante Alighieri, amén de los intentos para quebrar la unidad italiana fuera de sus fronteras por parte del Estado Pontificio y, por otra parte, amenazas externas como la de los españoles, franceses y alemanes.


En cuanto a la autoridad del príncipe, la Europa de la segunda mitad del siglo XV era un continente de príncipes, algo que nos remite automáticamente a la obra de Maquiavelo. En muchas partes, aparecieron personalidades o familias con proyectos de autoridad de nuevo cuño, que implicaban importantes reformas tanto de las estructuras estatales como de las relaciones internacionales: el Príncipe de Maquiavelo, que asentaba o conquistaba en base a su virtus personal, a su manera de combinar no ya las virtudes morales cristianas, sino que sabía conjugar, cuando convenía, las características del león y de la zorra: es decir, la supervivencia pura más allá de los sacrificios de los ciudadanos bajo su gobierno; se trataba de mantener el poder por el poder, buscando símbolos que resaltasen la imagen que quería transmitir. Para ello informó la liturgia cortesana con la doble finalidad de recordar su autoridad a sus súbditos y de impresionar a los visitantes extranjeros. En Europa occidental, el ritual cortesano combinó elementos de la antigua tradición caballeresca con aportaciones de la nueva cultura humanista. 


Pero al ritual cortesano sólo tenía acceso un público reducido, lo que hacía necesario un discurso legitimador sólido y amplio. La tradición histórico-política de legitimación hubo de ser manipulada, ya que muchos de los nuevos gobernantes muy difícilmente podían considerarse a priori herederos de la misma: habían, como hemos dicho, de conquistarla y mantenerla, algo que sólo se conseguía, de tener éxito, con un gran gasto económico y humano. Los gobernantes tuvieron que mostrar sensibilidad con las tradicionales libertades de su país, pese a las aspiraciones absolutistas. En síntesis, el príncipe moderno incorporó aspectos novedosos en cuanto a la imagen de su autoridad sin dejar de aspirar al control absoluto de las instituciones y los individuos, un fin claramente egoísta, como nos muestra el fragmento que nos ocupa, algo que no es ya defendible para el autor toscano en el momento en que escribe sus Discorsi. Tratando de la práctica y obtención del poder por medio de las armas, la guerra fue el principal medio del príncipe tanto en política interior como en política exterior, y también el más caro, como pone de relieve la historia del Imperio Español, el más rico pero, por falta de eficiencia, el más caro, dado el poco desarrollo de industria y comercio de productos manufacturados, la mala administración, el gasto del mantenimiento colonial y marítimo y la guerra en numerosos frentes. En Italia, la justificación de los nuevos poderes principescos con la tradición medieval republicana exigió grandes esfuerzos. 


La solución de los Médici de Florencia consistió en la realización de grandes obras públicas y artísticas que ligasen el esplendor de la ciudad al de su propia familia. Ya fuera por los fastos, por la propaganda, por competir en ofrecer una buena imagen, compra de títulos o por la omnipresente carrera militar, los gastos que conllevaba tener que competir sin descanso con el resto de príncipes en el interior –en la sucesión, por ejemplo, pero también después- y en el exterior, dan cuenta de las enormes inversiones económicas que conllevaba cualquier principado. No es casualidad, pues, que el autor florentino despliegue una apología del sacrificio de todos los ciudadanos por el bien común, por la austeridad y por la emancipación económica pero también militar de la misma ciudadanía, más allá de la figura de cualquier príncipe legislador y de cualquier potencia exterior, sea militar, sea política –sin renunciar a las alianzas de los estados poderosos- en la medida de lo posible. Es aquí y entonces, en la Italia a caballo entre los siglos XV-XVI, en el contexto en el que los vientos de cambio invitan, según Maquiavelo, a la evolución del estado moderno más participativo y estable que él mismo proponía, amparado por la superación de los errores de otras épocas que hemos citado.


En Florencia y en Venecia, por hablar de los estados italianos en los que los intentos republicanistas fueron más intensos, se crearon una serie de consejos y figuras –como la del gonfaloniere florentino, los consejos de los Diez, los Seis, y otros muchos en la Serenísima-, tendentes a evitar la acumulación de poder en pocos individuos o familias, empezando por el control temporal, pues muchos cargos republicanos florentinos eran desempeñados únicamente en el plazo de un año. Es por esto que Maquiavelo, en sus escritos, especialmente en los Discursos -separándose meridianamente de la visión política de El Príncipe-, defienda la figura del legislador únicamente de manera temporal, como Licurgo o Solón –podemos recordar a Sila, en la Historia Romana, quien, a diferencia de Julio César, supo abandonar voluntariamente el cargo-; los tiranos en la antigua Grecia o los dictadores en la antigua Roma eran vistos como figuras necesarias para el cambio político, administrativo, militar, social en suma, de cara a obrar un cambio necesario con el fin de arrostrar una crisis grave y puntual, salvando el estado y retirándose para apuntalar un sistema político más igualitario, idea a la que, repetimos, alude el legislador fundacional que dará pie a un sistema republicano, según el toscano, como desarrollara en los 


Discursos.


Nicolás Maquiavelo, El Príncipe, XVIII. Quomodo fides a principibus sit servanda



(De cómo deben los príncipes mantener sus palabras)


“Cuán loable es que un príncipe mantenga la palabra dada y viva con integridad, y no con astucias, todo el mundo lo entiende. No obstante, vemos por experiencia que, en nuestro tiempo, los príncipes que han sabido incumplir su palabra y embaucar astutamente a los demás han hecho grandes cosas y han superado, finalmente, a los partidarios de la sinceridad.


Debéis asimismo conocer cómo son los dos modos de combatir: con las leyes o con la fuerza. El primero es propio del hombre; el segundo de las bestias. Mas como el primero muchas veces no basta, conviene recurrir al segundo. Por tanto, el príncipe necesita saber luchar como las bestias y como el hombre. Este papel se lo han enseñado, veladamente, los historiadores antiguos a los príncipes cuando cuentan que Aquiles y muchos otros príncipes de la antigüedad fueron entregados al centauro Quirón para que los educase y los sometiese a su disciplina. Y el hecho de tener por preceptor a un ser mitad bestia y mitad hombre no significa sino que un príncipe necesita conocer el uso de ambas naturalezas, y que la una sin la otra no puede perdurar.


Siendo pues necesario usar las cualidades de las bestias, el príncipe debe tomar como ejemplo la zorra y el león; porque el león no se defiende de las trampas y la zorra no se defiende de los lobos: hay que ser zorra para conocer las trampas y león para causar temor a los lobos. Los que actúan siempre como el león no entienden el arte del estado. Por eso un señor prudente no puede, ni debe, observar la palabra dada cuando tal observación se le vuelva en contra por no existir ya las causas que dieron lugar a la promesa. Si los hombres fueran todos buenos, esta norma no sería buena; pero como son malos y no la respetarían contigo, tú tampoco has de respetarla con ellos, pues nunca le faltaron a un príncipe razones legítimas para justificar su inobservancia. De ello se podría dar infinidad de ejemplos actuales y mostrar cuántas paces, cuántas promesas han resultado inútiles y vanas por la infidelidad de los príncipes; y el que ha asumido mejor el papel de la zorra ha salido mejor librado. Mas es necesario camuflar bien esta naturaleza y ser todo un simulador y disimulador: son tan simples los hombres y obedecen de tal manera a las necesidades inmediatas que quien engañe encontrará siempre quien se deje engañar.


De los ejemplos recientes no quiero callarme uno. Alejandro VI nunca hizo ni pensó otra cosa que no fuera engañar a la humanidad.... Sin embargo sus engaños dieron siempre el fruto deseado porque conocía bien esta cara de la realidad.


Un príncipe no ha de reunir todas las cualidades mencionadas, pero debe aparentar tenerlas. Es más, me atrevo a decir que si las tienes y las usas siempre, son dañosas; en cambio, aparentándolas son útiles. Como por ejemplo, parecer piadoso, fiel, humano, íntegro, religioso, y serlo en verdad; mas con la predisposición de ánimo para transformarse, cuando convenga, en todo lo contrario... y nada hay más necesario que aparentar tener esta última cualidad (la religión)... A todos toca ver, “tocar” a pocos toca. Todos ven lo que pareces, pero pocos “tocan” quien eres verdaderamente, y esos pocos no se atreven a oponerse a la opinión de la mayoría.”



Comentario de texto histórico


Este fragmento, correspondiente al Capítulo XVIII de Il Principe, de Niccoló Machiavelli, nos insta a considerar las virtudes de la astucia –la zorra- y del empleo de la fuerza cuando es necesario, tanto para impartir justicia con los ciudadanos de la ciudad-estado o principado como para frenar amenazas exteriores, pues Maquiavelo considera que es prudente que el príncipe sea más temido que amado –para prevenir ataques internos y externos- sin llegar nunca a ser odiado, lo que podría acarrear revueltas y pérdida de poder o del entero principado. Podemos aludir al libro Machiavelli de Skinner para profundizar más en este análisis. 


En el capítulo de “El Diplomático”, el autor británico nos recuerda las primeras misiones como secretario de la Segunda Cancillería de Niccolò, miembro del consejo del Gonfaloniere y colaborador de los Diez de la Guerra de la ciudad-estado florentina. En sus misiones de relaciones exteriores, Skinner hace un repaso de la experiencia en la corte francesa –en la que llega al convencimiento de que la firmeza y la creación de una imagen de fuerza y resolución es clave para todo estado-, la guerra con Pisa, el contacto con César Borgia y Della Rovere como cardenal y como Papa –individualmente y en relación de esas dos figuras-, y del emperador Maximiliano, su análisis de sus personalidades –uno poco aconsejables por excesivamente confiado y hasta ingenuo, el otro por impetuoso y poco adaptable y el último por inconstante y dubitativo- y sus acciones políticas –con sus luces y sombras desde la visión pragmática maquiaveliana-; Skinner presenta así la cruzada de Maquiavelo por encontrar un digno referente para su Príncipe –algo que nos recuerda al Platón en busca del buen gobernante- como epítome del buen gobierno, en general, y en particular, en la situación florentina contemporánea para lidiar con el resto de los estados italianos y defenderse de las ambiciones de alemanes, franceses y españoles, principalmente, ponderando las consiguientes lecciones que luego se volcarán especialmente en “El Príncipe” pero también en “Del arte de la guerra”, “Discursos” y “Legaciones”. 


También cita los ejemplos de Soderini y Petrucci y el aprendizaje del que se benefició con su trato: en efecto, Maquiavelo parece haber asimilado que, de forma innegable, un príncipe de su tiempo, el período comprendido entre los siglos XV y XVI en la Italia de grandes cambios culturales y políticos, sólo sobreviviría siendo firme, decidido y dispuesto a superar los valores cristianos de misericordia, generosidad y confianza en el prójimo. En el capítulo del libro de Skinner, “El Consejero de Príncipes”, Maquiavelo se nos muestra de otro talante: deja de convertirse en participante para ser analista y nace “El Príncipe”, resumen de su experiencia e ideas de cambio, a la vez que una solicitud de amistad para los poderosos Medici, ejemplo esta vez de príncipes de su época, revestidos de virtus maquiavélica por cuanto han alcanzado un éxito estable a través de una monarquía aun habiendo comenzado como burgueses. 


Aparecen las esquivas ideas de vir, virtù y Fortuna –y de cómo atraerse ésta mediante aquéllas-, de las cuales, la adaptación a las necesidades será la que el florentino privilegie, usándola como punta de lanza tanto para atacar la hipocresía de la época –poniendo de relieve la importancia del mantenimiento del estado y la consecución de la gloria y no la salvación santotomasiana del gobernante- como para defender al príncipe objeto de sus consejos de sus enemigos internos y externos: dicha orientación se convertirá, obviamente, en el epicentro de la controversia y la crítica vertidas sobre Maquiavelo hasta nuestros días, aunque también le señalan como fiel cronista de la actitud de los gobernantes de esta época, y ello no es soslayable sino un mérito en sí mismo. Maquiavelo pretende, según mi opinión, con El Príncipe en general y con este capítulo en particular, dar sólidas pruebas a cualquier príncipe de su entorno y tiempo para hacerse necesario como consejero, esto es, para continuar con su carrera política como agudo asesor de la convulsa política europea. Según Skinner, la revolución del analista político estriba en la importancia dada al ejército propio, huyendo, como hicieran los antiguos romanos, al menos en gran parte de su Historia en Occidente, de mercenarios – que corrobora en la práctica en su experiencia en la breve guerra contra Pisa- y a las cualidades de la virtus del buen gobernante: adaptación y audacia principalmente, que en muchas ocasiones –aunque no necesariamente, pues los actos crueles traen, según el florentino, poder pero no gloria y pueden atraer el odio y el desprecio de los gobernados- ha de pasar por alto las tradicionalmente recomendadas –aunque sea útil aparentarlas- a los príncipes cristianos y ya desde los “Deberes” de Cicerón: prudencia, fortaleza, justicia y templanza. 


En este aspecto medular el florentino se aparta de Patrizi y cuestiona valores como liberalidad y misericordia –soslayando la concupiscencia-, divorciando así, como decíamos, definitivamente la conveniencia de la praxis política de la moral cristiana en el ejercicio del poder con el fin de mantener el territorio y obtener la gloria principesca, algo que resulta tan pretendidamente honesto como revolucionario y que, como apuntábamos, demonizaría la figura del autor hasta nuestros días. 


Así, aun enmarcada entre adaptación y audacia, la virtus encuentra su esencia en los resultados, para Maquiavelo, más que en las premisas: si el gobernante consigue, por sus cualidades y decisiones aliarse con la Fortuna –a veces como un león y a veces como una zorra, como indica el fragmento que nos ocupa - y mantener y/o acrecentar el poder –honor, gloria, fama- y consigue ser respetado –querido o temido- sin ser odiado, demostrará tener las cualidades necesarias para conseguir la gloria que consiguientemente le pertenecen debido a dichas cualidades, intentando, eso sí, aparentar, en la medida en que es posible, todas las virtudes cristianas que son loables en un príncipe de la época “Un príncipe no ha de reunir todas las cualidades mencionadas, pero debe aparentar tenerlas. (…) 


Todos ven lo que pareces, pero pocos “tocan” quien eres verdaderamente, y esos pocos no se atreven a oponerse a la opinión de la mayoría..” El autor florentino ofrece, en calidad de visionario cicerone para la política que ve venir, pues, una serie de consejos que suponen una clara y honesta ruptura con la tradición política de su época, como decíamos, acepta dejar de lado, sin negarlas completamente, la lista de virtudes cristianas cuando es necesario, para sobrevivir en el ambiente hostil de su época, repleto de príncipes, reyes e incluso papas con una desmedida sed de poder que los convierte en serias amenazas para lograr la estabilidad y mantenimiento de una porción de poder y de un estado seguro. 


Algunos ejemplos de buenos príncipes bajo estos preceptos, que desarrollaron estas virtudes de fuerza y astucia serán Fernando de Aragón, César Borgia, al menos al principio de la cúspide de su poder, Cosme y Lorenzo de` Medici y Federico da Montefeltro.




Hugo Fernández Robayna


Antropólogo Social y Cultural, Psicólogo Clínico y Educativo, Docente y estudiante de Geografía e Historia


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