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Los abruselados / Opinión

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LIBREDIARIO@DIGITAL / OPINIÓN / EDITORIAL 


En los últimos tiempos, con la pérdida paulatina de soberanía de los diferentes Estados miembros de la UE están pasando muchas cosas, tantas que algunas podrían pasar inadvertidas. Las más visibles las conocemos: inmigracionismo buenista, expansión del Islam, socialdemocracia en la línea cultural del Marxismo y la tecnologización progresiva (y hasta forzosa) de nuestras vidas.


Pero hay una especialmente interesante que subyace; se trata de dilucidar qué papel están jugando en todo ese escenario los dirigentes unionistas y porqué. Éstos son la alta tecnoestructura estatal sobre la que descansan las decisiones tomadas en los órganos de Bruselas.


El pasado (tan denostado a veces) nos llega a revelar cosas sorprendentes sobre el futuro. Durante la ocupación francesa y la Guerra de Independencia Española a aquellos españoles que comulgaban con Bonaparte y sus designios en pos de las reformas y la modernidad, huyendo del Antiguo Régimen, se les denominó afrancesados: entre los que seguían las consignas del imperio francés se encontraban intelectuales y altos funcionarios, quienes participaron en el gobierno de Jose I (conocido como Pepe Botella). A éstos, el frente patriótico les consideraba traidores. Sin embargo el gusto por lo francés se remonta mucho tiempo atrás, de hecho los afrancesados no eran filibusteros que se vendían al mejor postor sino que muchos compartían las ideas de la Ilustración y de la Revolución Francesa.


De regreso al presente, en estos tiempos bien podría hacerse extensivo el término que es objeto de este escrito, a todos aquellos dirigentes y resto de plana mayor de un país que muestran un gusto por el reformismo, sugerido e impuesto más allá de sus fronteras; en este caso por una suerte de imperio furtivo disfrazado de Estado de Estados


Y hablando del aparato del imperio en cuestión, la UE, que se creó para forjar lazos amistosos duraderos entre los países y un espacio económico común, con la coartada de una UEM (Unión Económica y Monetaria) ha ido ejerciendo un control férreo sobre otro tipo de políticas al tiempo que los gobernantes y sus validos han ido asumiendo un nuevo significado del término dirigente: el de mero cooperante de los principales dictámenes del Parlamento y del Consejo Europeos.


Cuando los dirigentes pasan a ser dirigidos dejan de ser dirigentes aunque lo hagan por el bien de sus conciudadanos. Más allá del componente coactivo de Bruselas (que vemos día tras día haciendo uso y abuso de esa autoridad supranacional), existe un componente sugestivo que ha calado hondo en los políticos de los países miembros hacia las directivas y resoluciones europeístas, un ejercicio de reverencia que parece sorprendentemente sincero.


Les pondré un ejemplo, Cristina Cifuentes, nada menos que Presidenta de la Comunidad de Madrid, en una entrevista llevada a cabo por periodistas de Intereconomía, fue preguntada por la existencia de valores y derechos predemocráticos, su respuesta fue muy clara: “Claro que existen, pero para eso está la Unión Europea”. Esta postura mayoritaria, nos revela la existencia de unos “nuevos afrancesados” que se ponen en manos de Bruselas como si de un oráculo infalible se tratara.


Huelga decir que la traición existe al menos en cuanto a la renuncia a proteger las identidades nacionales pero desde mi parecer la razón más poderosa, es ese embrujo reformista y modernista que les ha dejado imbuidos Podríamos llamarles traidores pero por toda la carga sugestiva que tiene el asunto, permítanme llamarles LOS ABRUSELADOS, una clase dirigente de reciente cuño pero de vieja escuela.



Eduardo Gomez


Eduardo Gómez




  Doctor en ciencias económicas, empresariales y jurídicas por la UPCT (Universidad Politécnica de Cartagena). Profesor de Economía en enseñanza secundaria y de nacionalidad española, natural de Cartagena (Murcia).


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